Emilio Huguenin, francés de nacimiento y padres suizos, cocinero en París, y restaurador en Burdeos, con establecimiento propio, decide abrir su casa en Madrid. Iba a iniciarse la conmoción ideológica y estética del romanticismo. El nombre del establecimiento, según opina José Altabella, en su libro “Panorama histórico de un restaurante romántico (1839-1978)”, estaría inspirado por el del Café Hardy, de París. El propietario toma el nombre de su negocio, y se transforma en Emilio Lhardy.
LHARDY
ha sabido conservar un ambiente aristocrático e intelectual a lo largo de siglo y medio. Cuando murió Emilio Lhardy, continuó la dinastía con su hijo Agustín, pintor y grabador muy destacado, que compaginó la actividad artística con la superación de su negocio. Adolfo Temes, nieto político de Agustín, fue quien continuó al frente del negocio tras él, dejando el testigo a sus colaboradores más íntimos, que pasaron a ser propietarios de la casa: Ambrosio Aguado Omaña, jefe de repostería, y Antonio Feito, jefe de cocina, así como sus descendientes y herederos: Gabriel Novo, José María García Salomón, Ambrosio Aguado, Frutos Feito Peláez… definiendo décadas muy difíciles, destacando sobre todo su generosidad hacia algunos de sus clientes, personalidades muy destacadas del mundo de la cultura y la ciencia, que atravesaban situaciones adversas de la posguerra. Esa generosidad, acompañará a Lhardy a lo largo de toda su historia.
Para el Jurado, éste es uno de los locales culinarios más importantes de Europa, debido a su extensa historia ya que ha sabido posicionarse como uno de los restaurantes con exquisita artesanía culinaria que conserva platos desde el siglo XIX. «Lugar de reyes y reinas, de literatos y escritores, y de comensales de reconocido prestigio que gustaban de saborear la variopinta cocina que acreditan».